Ni tan íntimos los pinches diarios
A veces la obra mayor de un
escritor es su diario íntimo. Yo padezco una confesa debilidad por este tipo de
escritura, quizá porque la he practicado compulsiva e ininterrumpidamente desde
que era niño. En esta última semana me he pepenado un par de diarios a los que
desde hacía muchísimo quería hincarles el diente: La tentación del fracaso de
Julio Ramón Ribeyro, sin duda uno de los mayores clásicos del género, y Diarios
de Stefan Zweig, un fascinante retrato de la historia europea de la primera
mitad del Siglo XX. En su genial Prosas apátridas, Ribeyro advierte el riesgo
de que su diario íntimo acabe por eclipsar o suplantar su obra de ficción. Nada
errado andaba el peruano, pues su Tentación del fracaso acabó opacando a su
obra cuentística contenida en La palabra del mudo. En el caso de Zweig, sus Diarios
habían permanecido inéditos en castellano hasta hace muy poco. Creo que será
inevitable compararlos con su célebre autobiografía, El mundo de ayer, lo cual
es un extraordinario parámetro para trazar las diferencias entre un diario
íntimo y un libro de memorias. Lo fascinante del diario es que refleja el aquí
y el ahora, con toda su carga de ilusión e incertidumbre. El diario plasma
dudas, miedos, falsas esperanzas e incluso afirmaciones o sentencias de las que
después podemos arrepentirnos. En cambio, un libro de memorias se escribe
generalmente en la edad madura, en donde la visión retrospectiva de nuestra
propia vida es narrada desde el punto de vista que queremos validar o
justificar. Dado que a la memoria y al ego casi siempre les da por la fábula,
los libros de memorias suelen ser chapuceras ficciones. El diario, en cambio,
refleja el sentir de un instante, con toda su carga de subjetividad y
condicionamiento, pero absolutamente real en ese momento irrepetible.
Acaso los mayores diarios íntimos de la historia de la literatura sean El libro del desasosiego de Fernando Pessoa (o Bernardo Soares, si queremos respetar la autonomía del heterónimo) y El oficio de vivir de Cesare Pavese. Agregaría los diarios de Tolstói y la trilogía Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia, acaso el que mejor funciona como cocina o laboratorio de escritura y que permite dimensionar la complejidad de las costuras de una carrera literaria. Una grata sorpresa han sido los diarios del valenciano Rafael Chirb
es, así como El tiempo en los brazos, cuaderno de notas de poeta Tomás Segovia. Me cuesta en cambio creer en la autenticidad de los diarios del antioqueño Héctor Abad Faciolince, contenidos en Lo que fue presente y aunque no tengo pruebas, tampoco tengo dudas de que fueron editados y alterados desde el presente. En fin, creo que Zweig y Ribeyro se apoderarán de mis noches decembristas.
Por
lo que mí a mí respecta, comencé a escribir un diario desde el orwelliano y
heavymetalero año de 1984. Con algunas
variaciones, los diarios se mantienen hasta la fecha. Antes narraba hechos y pensamientos,
pero de unos diez años para acá me da por narrar sueños. Lo único que no ha
variado un ápice es lo catastrófico de la caligrafía. Por más que lo intenten,
nunca podrán descifrarla.












